LA TIERRA DE LA PIEDRA NEGRA


¿Querrían convertirse en desiertos en el desierto,
en luz naranja de risa y llanto,
volverse viento y dicha en la arena, néctar, escalofrío, libertad...

sábado, 14 de febrero de 2015

LA MATADORA







                                                        A Vanesa Montoya



      Con la excepción del Flamenco, de todos los tópicos, pasiones y fiebres que envenenan la mente de muchos sevillanos siempre estuve apartado y lejanísimo, fútbol, toros, semana santa, feria, rocío... pero desde el día que nos presentaron entró fuerte en mi mente. Todo el rato, los pocos ratos que estuvimos juntos, no podía dejar de observarla intensamente, la examinaba, la inspeccionaba, con una sensación creciente y extraña de verme y reconocerme en un fascinante negativo. Ella era mujer, joven, gitana y menuda, todo entusiasmo cabalgando su sueño con furia, fe, devoción, y duro entrenamiento a campo abierto, y yo, bueno, todos sus antónimos... -Tú eres matadora y yo soy budista- le espeté, después...-tu trabajas con animales y yo con máquinas-...y así cada poco interrumpía su conversación con una amiga a medida que intentaba comprender algo de lo que veía, pero todo lo que nos diferenciaba en el aspecto y la actitud empezó a disolverse, cuando empezé a recordar cuanto he amado los animales que aún viven libres y salvajes, el arte, el riesgo y la aventura, el doble animal y los sacrificios rituales que reviven el tiempo originario (Hubo un acto de violencia entre los dema que engendró la vida, afirman cientos de viejas culturas), los trajes de rayos de los brujos o los guerreros del espacio, esas chaquetas con espejos cosidos que solo les he visto a las gitanas de karnataka, y aquello que dijo Belmonte por su agujero en el altozano, que en el amor y en el arte hay identidad, porque ambos están libres de la voluntad...- tu trabajo es como el mío, los dos jugamos con la muerte, por los pitones de los cuernos y la gravedad que siempre te quiere llevar al lejano suelo, que no podemos equivocarnos sin pagarlo caro-...-te pasa como a mi, nunca te emborrachas del todo, eso es la deformación profesional de los prolongados estados de alerta-...Otro día vino directamente de su faena con la camisa manchada de sangre seca y los pantalones manchados de arena...- Yo también trabajo en las arenas, pero allí no hay sangre, bueno, menos hace dos años que mataron a treinta y tantos extranjeros-. Ella sonreía y parecía entenderme sin dificultad. Hace poco le dije que su memoria me da fuerza en las arenas del tedio y la repetición, nervio, temple y coraje en el ejercicio impecable de mi oficio volandero, así la recuerdo en mis arenas imaginándola en las suyas, flamencamente valiente y pecosa, esperando inmóvil la embestida, y te juro que sin miedo la matadora es un templo, o gloria o muerte a la salida. Gracias, Maestra.

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